Se define como el incremento del peso corporal causado por la acumulación de grasa en cantidades superiores a los límites normales, según estatura, edad y sexo. Con frecuencia se debe a un exceso de ingestión de calorías en la alimentación, falta de ejercicio, trastornos endocrinos o alteraciones de los reguladores del apetito. Aproximadamente de 25 a 28% de los niños presenta obesidad infantil. Lo alarmante es que en los últimos 20 años esta proporción se ha incrementado de manera importante hasta en un 60%.
La obesidad es más que un problema estético, pues entraña serios riesgos para la salud. Provoca dificultad para respirar, alteraciones del sueño, problemas ortopédicos, trastornos cutáneos, transpiración excesiva, hinchazón de los pies y los tobillos, trastornos menstruales y mayor riesgo de enfermedad cardiaca, hipertensión, hipercolesterolemia, diabetes, asma, cáncer y enfermedad de la vesícula biliar. Todos estos trastornos físicos se acompañan de problemas psicológicos, ocasionados en gran medida por la discriminación social y la dificultad que sufren las personas con sobrepeso para relacionarse con los demás. En la infancia, el problema puede ser mayor por la angustia que provoca en el niño la crueldad de sus compañeros de colegio. La obesidad causa en el niño baja autoestima, inseguridad y malas calificaciones escolares. El mayor riesgo de la obesidad infantil radica en que, mientras más joven sea el paciente, mayor es el riesgo de que desarrolle complicaciones.
Esta enfermedad tiene un origen multifactorial. Por un lado, existe predisposición genética, pero, por el otro, se agregan los siguientes factores:
El problema de la obesidad infantil comienza con la alimentación que sigue la madre antes de concebir al niño, continúa con sus hábitos alimentarios durante el embarazo, la lactancia, la introducción de alimentos sólidos a la dieta del bebé (ablactación), y así sucesivamente.
Un niño es considerado obeso cuando sobrepasa 20% de su peso ideal. Un 40% de niños con obesidad entre los 6 meses y 7 años seguirán siendo obesos en la edad adulta, mientras que los que comenzaron a subir de peso entre los 10 y 13 años enfrentan una probabilidad de 70%. Las células que almacenan grasa (adipocitos) se multiplican en esta etapa de la vida; por ello aumenta la posibilidad de que el niño obeso se convierta en un adulto obeso.
El índice de masa corporal (IMC) es el método más utilizado para definir el sobrepeso y resulta útil en la clasificación del riesgo. Sin embargo, no indica el porcentaje de grasa en el organismo; ésta se calcula mediante una antropometría. Medido al menos una vez al año, el IMC es una buena manera de diagnosticar el desarrollo de la obesidad en un niño (véase el cuadro 4.7). La siguiente fórmula indica cómo obtener dicho índice: IMC = peso/talla2 (kg/m2).
Las opciones disponibles para el tratamiento de la obesidad en niños son limitadas y requieren del apoyo familiar. La participación de los padres como agentes de cambio es más eficaz para tratar el sobrepeso infantil que los enfoques centrados únicamente en el niño. No se puede definir una medida única para prevenir la obesidad. Cada situación requiere un enfoque distinto, según las necesidades específicas de los niños: edad, sexo y origen.
El tratamiento de la obesidad se basa, esencialmente, en un plan alimentario bien diseñado, en conjunción con un programa de actividad física frecuente. Cualquier intervención dirigida a la población infantil para atacar el sobrepeso debe centrarse en una alimentación saludable, un estilo de vida activo y el reforzamiento de la autoestima, en lugar de tener por objetivo la pérdida de peso.
El ejercicio debe consistir en 30 minutos de actividad aeróbica (caminar energéticamente, nadar o andar en bicicleta) todos los días. El incremento de la actividad física permitirá:
Para prevenir la obesidad infantil, son determinantes los siguientes cambios en el comportamiento: