La escasa cobertura de suelos en el mundo tiene un mal uso, y el abuso de este recurso tiene efectos negativos. Algunos suelos de aptitud agrícola están ocupados por áreas urbanizadas, las cuales anulan su potencial agrícola en aras de un interés que puede ser prioritario en un momento dado (en este caso la construcción de viviendas), pero con el tiempo esta situación podría tornarse crítica para la producción de alimentos necesarios para dichos centros urbanos.
Si el suelo se destina al uso urbano, deben ocuparse las partes que ofrezcan menos calidad agrícola y para identificar éstas es necesario aplicar todos los avances logrados en el estudio de este recurso y así detener su degradación, es decir, la disminución de su capacidad para mantener vida.
Cuando esto sucede, el suelo deja de sustentar la vegetación y queda expuesto a procesos erosivos que pueden alcanzar tal intensidad que, en poco tiempo, lo eliminarán por completo.
La pérdida del suelo lleva, a su vez, a la degradación ambiental y a la alteración de las relaciones sociales, porque pueden suscitarse migraciones en las regiones afectadas y la aparición de hambrunas y conflictos sociales. Para preservar el suelo es necesario aplicar medidas, como la expansión de zonas libres de cultivos y la creación de espacios arbolados para el control del equilibrio atmosférico e hídrico.