Durante decenas de miles de años la humanidad se ha visto afectada por los riesgos de origen natural. Entre ellos sequías, sismos, inundaciones o ciclones tropicales. La historia registra numerosos desastres que revelan los extremos de algunos fenómenos, así como la fragilidad de la sociedad.
La propia actividad humana es capaz no sólo de crear sus propios riesgos, sino también de aumentar la capacidad destructiva de acontecimientos naturales cotidianos. Los riesgos antrópicos son un buen ejemplo de esto.
El número de pobladores de la Tierra ha rebasado los seis mil millones: este hecho es sin duda de gran importancia en cuanto a la relación del hombre con su medio en el siglo XXI. Este fenómeno no es sólo demográfico: también involucra las acciones humanas en el ambiente. La capacidad de actuar mediante elementos tecnológicos parece casi ilimitada y permite la ocupación de mayores territorios.
En la actualidad, los seres humanos invaden espacios que habían evitado durante siglos. Por ello es mucho más común que ocupen lugares que se caracterizan por su alta variabilidad, lo cual en muchos sitios implica riesgo, aunado al hecho de que sus acciones pueden elevar la peligrosidad de los riesgos naturales y hasta crear nuevos riesgos antrópicos.